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Que los inmigrantes se vayan a Ruanda

Es incuestionable que la sociedad europea es cada vez más diversa. El creciente influjo de personas de todo el mundo ha cambiado sustancialmente el rostro de un continente en el que cada vez conviven más culturas y formas de entender la vida. El problema es que muchas de ellas se mueven en burbujas estancas sin apenas interacción con el resto. En el caso de la generación cero -los migrados-, hay barreras de diferente índole que dificultan la integración: desde aspectos religiosos y sociales que chocan frontalmente con valores que ha costado desarrollar en Europa -la secularidad, el feminismo, la diversidad sexual...- hasta el idioma, pasando por una obvia cuestión de clase social. Además, el desinterés de la población local y tensiones de diferente índole dificultan la convivencia.

No es algo que solo suceda en nuestro entorno. Mi experiencia como inmigrante durante dos décadas en China me ha demostrado que la comunidad expatriada vive allí una realidad similar. La interacción con la comunidad local se circunscribe casi exclusivamente al ámbito laboral, porque el idioma separa a muchos y existe un abismo en los hábitos de ocio y socialización. Claro que la gran diferencia con las comunidades migrantes en Europa reside en que los extranjeros en China son, en su mayoría, privilegiados en lo económico y, por lo tanto, respetados dentro de la sociedad china.

La esperanza está en que la situación cambie con la generación uno -los nacidos en Europa de padres extranjeros-. En nuestro país ya forman un nutrido grupo y parece que hay razones para el optimismo, aunque perduran en las personas racializadas problemas que esta comunidad verbaliza cada vez más. Desafortunadamente, países con larga tradición en la multiculturalidad, como Francia o Estados Unidos, reflejan que la integración es un proceso muy largo y complicado, y que cualquier traspiés puede provocar un estallido.

Está sucediendo tanto en esos dos países como en Suecia, y en menor medida también en otros lugares. Es un hecho que provoca dudas lógicas: ¿Es migrar un derecho? ¿Puede (y quiere) Europa integrar al creciente número de migrantes? ¿Lo está haciendo correctamente? ¿Esconden las peticiones de asilo migraciones por motivos económicos? Son cuestiones que generan un agitado debate en el que Reino Unido irrumpe con una nueva vía: enviar a los refugiados a Ruanda.

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