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Mujeres migrantes, extraordinarias pero anónimas

Cuando tenía 18 años, Jessica Klejman amaba su vida. Aún se le nota por la forma en que relata, sin escatimar detalles, la rutina de su casa en una urbanización de Caracas, donde vivió con su familia desde “siempre”, los amaneceres sobre el cerro El Ávila, la montaña que preside la capital venezolana, e incluso las veces que se manifestó contra el régimen chavista, con la convicción de que sus gritos detendrían la debacle. Una esperanza hoy disuelta por el aguarrás del realismo.

En esa época estudiaba Comunicación Social en la Universidad Monteávila y aspiraba a convertirse, alguna vez, en un referente de la televisión venezolana. “Mi sueño era hacer producción independiente, crear espacios de opinión y eso ya no se permitía” explica. “Yo tenía una buena base educativa, en Venezuela había acceso (a los estudios), y al menos oportunidades habría tenido” dice, de no ser porque su familia, previendo lo inevitable, se lanzó al exilio en Panamá, donde inició un periplo migratorio que 15 años después les ha traído a ella, sus padres y tres de sus cuatro hermanos hasta España y otros países europeos. Son parte de la diáspora venezolana, tan amplia y compleja, que abarca todos los perfiles y matices de un país que alguna vez fue sinónimo de abundancia y progreso.

A sus 34 años, Jessica ha transitado un camino profesional distinto al que imaginó. Logró abrirse puertas en el campo de la comunicación empresarial en Centroamérica e hizo lo que muchos profesionales jóvenes consideran una apuesta segura: cursó dos maestrías en comunicación, una becada y otra invirtiendo sus ahorros, y en octubre de 2017 viajó a Madrid —becada nuevamente para realizar un MBA de esos que prometen “acceso” al mundo laboral. “Crees que tienes oportunidades cuando lo ves desde fuera, pero una vez llegas, sientes que tienes una bolsa cargada de experiencia que aquí no vale para nada, quieres demostrar tu valía, pero el sistema no te lo permite” señala. Entre ese año y 2022, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), 497.000 mujeres migrantes han llegado a España, miles de ellas con la misma aspiración.

Por sistema no se refiere únicamente a la arquitectura burocrática del Estado, sino a los prejuicios y sesgos que cercan a las mujeres migrantes en un mercado laboral de por sí ya estrecho para las españolas. Según el Informe sobre la Integración Laboral de la Inmigración (2022) del Observatorio Español del Racismo y la Xenofobia, casi un 30% de las trabajadoras extranjeras tienen un contrato a tiempo parcial, y un 12% trabajan a través de contratos “verbales”. La temporalidad, que es mayor entre las mujeres independientemente de su nacionalidad, es más importante entre las mujeres extranjeras, alcanzando un 35% (entre las españolas es de un 26%) y la brecha salarial por nacionalidad (española-extranjera) para las mujeres extranjeras llega a 37%. En sus conclusiones, el documento deja claro que “el déficit de integración laboral de los extranjeros con mayor formación es muy evidente”.

En 2015, el Estudio sobre la situación laboral de la mujer inmigrante en España, elaborado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y el Instituto Universitario de Estudios sobre Migraciones (Universidad P. Comillas), ya destacaba que “a pesar de que se pueden identificar algunos rasgos en común, no hay un estereotipo de mujer inmigrante, sino que existen múltiples factores culturales y circunstanciales que requieren una atención y respuesta concreta”. Abordar esa realidad multidimensional, no solo es un imperativo, sino una oportunidad para la sociedad española. Apostar, por ejemplo, por la movilidad profesional y la diversificación ocupacional es romper los amarres de la precariedad a los que están sujetas y resolver desequilibrios que afectan transversalmente a todas las mujeres y particularmente a aquellas que han atravesado algún límite geográfico.

Hasta que no exista una respuesta sistémica al respecto, será una problemática latente. Por ello, Klejman creó en 2022 un espacio para mujeres extranjeras con historias que han sido contadas pocas veces: las de aquellas que se abren camino y logran liderar en un mercado laboral que a muchas otras les suprime. “Es necesario que existan referentes y demostrar que hay mujeres migrantes en posiciones de liderazgo, porque eso dibuja otra posibilidad y crea otras narrativas” explica.

Leaders’ Night (La noche de las líderes), es una cena mensual que reúne mujeres que han llegado desde Colombia, Venezuela, Argentina, Marruecos, Cuba, Francia, Irán, Túnez y otras latitudes, y revela ese talento femenino y global que se esconde en las empresas, en la academia, en la política, en el arte y el deporte, para tejer un nuevo capital social y configurar escenarios de oportunidad desde la sororidad migrante. Unas a otras se escuchan, acompañan y respaldan en ese estrecho recorrido cargado de dificultades del que solo ellas conocen su compleja asimetría, con el propósito paciente de que algún día todas las migrantes extraordinarias —dice su creadora— “dejen de ser anónimas”.

Klejman conoce la mayoría de esas cifras por experiencia propia. Su primer contrato, que llegó tras varios meses a la deriva, fue a tiempo parcial en el papel y en el salario, pero de tiempo completo en la práctica. Cuando más necesitó el respaldo de su empleador para tramitar su residencia, la respuesta fue una propuesta verbal de trabajar gratuitamente. “Por los contactos”, le dijeron. Luego vinieron algunos trabajos temporales y finalmente un desempleo, sin prestaciones, que se prolongó por la pandemia y por la imposibilidad de permitirse conciliar un trabajo con el cuidado de su hija pequeña. Su caso, complejo como muchos otros, está fuera de los registros oficiales del Servicio Público de Empleo Estatal, que en febrero de 2023, contabilizó 375.988 personas migrantes en paro, de las cuales 61,9% son mujeres.

Tuvieron que pasar casi dos años para que Klejman retomara su vida laboral y pudiera situarse en una posición que reconociera su preparación y su talento. Su vulnerabilidad, que es la de otras mujeres migrantes cualificadas, comprende otras variables para las que no existen a la fecha estrategias desde la política pública, ni mecanismos reconocibles a simple vista, que permitan responder a cómo resolver la falta de capital social, clave para la inmersión en el mercado laboral, ni qué habilidades se deberían fomentar para facilitar la adaptación del talento global al contexto local, ni cómo mantener la competitividad y prevenir el aislamiento prolongado del ejercicio laboral.

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