Noticias

Migrantes y clima: más allá del pánico

Nadie sabe cuántos son y pocos por dónde se mueven... Oficialmente, no existen pero están y algunos, cada vez más en esta Europa del siglo XXI, sólo se les representa como una amenaza a la que buscan hacer frente votando a partidos de una derecha extremista y xenófoba que ni les reconoce ni les quiere. Son las personas a las que se llama "migrantes climáticos" o "refugiados climáticos", que en solo 10 años ya superan los 260 millones, según la Organización Mundial de Migraciones, pero que serán muchos más a lo largo de esta década porque la causa principal está en ese fenómeno que transforma el clima planetario, y con él los océanos y tierras de cultivo, que sigue imparable: el aumento de las emisiones contaminantes de origen humano.

Un informe elaborado por investigadores de la Universidad de Bolonia en colaboración en el marco del programa europeo Climat Of Change, con la participación de 15 ONG, entre ellas Alianza por la Solidaridad-ActionAid, destaca las dificultades para poder discernir en las actuales migraciones humanas el factor del clima. Es evidente que inundaciones como la que este verano ha afectado a 30 millones de personas en Pakistán implica a su vez millones de desplazamientos, casi siempre a lugares cercanos y puntuales, aunque también las hay permanentes. Pero luego está ese flujo menos abrupto y más constante que sequías, cambios del ciclo de las lluvias, aumentos del nivel del mar u olas de calor que tienen lugar en países donde buena parte de la población está sometida, además, a otros procesos que la emergencia global de clima potencia y que afectan a su economía de subsistencia, situándoles en un escenario de vulnerabilidad extrema.

¿Son entonces migrantes del clima o no lo son? Esta cuestión se aborda en el informe "¿Más allá del pánico?" a través del análisis de los desplazamientos climáticos en cuatro países -Senegal, Guatemala, Camboya y Kenia- recoge testimonios de afectados, como el resultado de grupos de discusión con especialistas, diarios climáticos, entrevistas en profundidad y encuestas a la población en los tres continentes.

Uno de sus resultados es que las personas de los países con menos recursos tienen una probabilidad seis veces mayor que las de las naciones ricas de sufrir lesiones, perder sus hogares, ser desplazadas o evacuadas o necesitar ayuda de emergencia por catástrofes ambientales, pero casi nadie se reconoce como "migrante climático".  Si les preguntan, aducen otros motivos políticos, económicos, sociales o demográficos, aunque a menudo tienen detrás impactos calentamiento global, como es la carestía de agua o la escasez tierras de cultivo.

La cuestión es que cuando se ven impelidos a migrar para sobrevivir, el panorama al que se enfrentan tiene muy poco que ver con el que había en cambios climáticos del pasado remoto, cuando los humanos, ancestros y de nuestra especie, se movían por el planeta: chocan con las fronteras y los visados. Hoy, la desigualdad de acceso a la movilidad condenan a buena parte de la humanidad a no poder escapar de una crisis. Un ejemplo es clarificador: si una persona de España tiene ‘visa libre’ para entrar en 117 países; una de Senegal sólo puede hacerlo en 30, la mayoría africanos.

Veamos cómo se vive en este país africano, que hoy es lugar de origen y de tránsito para muchos de los migrantes que llegan a Europa. Tal como señala la investigación de Bolonia, el 65% de la población de Senegal vive su costa, pero es el octavo país del mundo con más riesgo por aumento del nivel del mar. Hay aldeas cercanas a la ciudad de Sant Louis, en la Langue Barberie, que ya están bajo las aguas y se calcula que en 60 años lo estará el 80% de esa ciudad, Patrimonio de la Humanidad, de la que tendrán que salir 150.000 de sus habitantes. ¿Hacia dónde?

Pero Senegal no sólo se enfrenta a los impactos del nuevo clima. También a un desarrollo urbanístico caótico y muy rápido, que aumenta al albur de los desplazamientos desde el interior rural y a un grave deterioro de las pesquerías, de las que viven unas 600.000 personas (el 15% de la población activa). En parte, este  deterioro es debido a que el calentamiento global genera cambios de las corrientes oceánicas, afectando a las migraciones de los peces, pero también a que grandes buques industriales acaparan y explotan sus caladeros, debido a convenios internacionales, abocando a muchos pescadores a emigrar rumbo a Europa: el convenio entre la UE y Senegal firmado en el pasado señala que barcos europeos pueden pescar 14.000 toneladas de peces; entre otros, 23 atuneros, cinco palagraneros y dos grandes buques arrastreros de merluza con bandera de España.

La situación de las ‘migraciones climáticas’ en un país como Guatemala tiene otros condicionantes. En el llamado Corredor Seco, el país es de los 10 más vulnerables del mundo al cambio climático, al que se enfrenta con un 70% de su población por debajo del índice de pobreza y unas élites políticas y económicas muy corruptas. Zonas como las de Totonicapán, son especialmente vulnerables a fenómenos extremos como olas de calor, sequías y trombas de agua, que se suceden donde está asentada una actividad minera y agroindustrias que acaparan el agua: en Totonicapán seis de cada 10 litros de agua se destinan a grandes plantaciones de caña de azúcar, aceita de palma y plataneras. El último desastre ha sido el huracán Julia, que ha inundado el municipio tras desbordar el río. Se calcula que a su paso el Julia ha dejado en el país 463.000 personas afectadas, 13 personas fallecidas y 500 casas destruidas.

El clima afecta, pero ¿y la deforestación desatada para promover monocultivos en lugares donde más del 40% de la población (casi todos indígenas) no tiene tuberías de agua potable en sus viviendas? ¿Se enfrentarían mejor a las catástrofes con  políticas que impidieran el acaparamiento del agua? Lo que se sabe es que, a falta de trabajo, se calcula que un 10% de la población de Totonicapán tiene que migrar temporalmente a lo largo del año y que el 22,5% lo hacen al extranjero, para lo cual se endeudan en créditos que les atrapan de por vida por las continuas devoluciones en las fronteras del norte (Estados Unidos, principalmente).

Battambang está al norte de Camboya, no lejos de la frontera con Tailandia. Hace 15 años, cuando visité la zona, me sorprendió la cantidad de selva que caía a machete y fuego en la zona para crear tierras de cultivo. No me sorprende leer en esta investigación que sólo entre 2010 y 2016 la cubierta vegetal del país perdió más de un 10% (ya es sólo el 46%, en un país tropical). A estos problemas de deforestación, en gran medida ilegal y sin control, se añaden unas lluvias erráticas, efecto del calentamiento global.

En esta zona, son muchos los que viven del lago y el río Tonle Sap, único del mundo con un flujo bidireccional en función de la estación: cuando llega el monzón, las lluvias intensas revierten su flujo y envían el agua, los peces y sus huevos desde el sistema del río Mekong al lago, mientras que durante la estación seca y el Tonle Sap vierte en el río. Es un delicado equilibrio, pero está en crisis por la construcción de presas, la explotación maderera irregular y, ahora también, el cambio climático. Los bosques inundables ya no se inundan y la pesca baja. Muchas familias están vendiendo sus pequeñas tierras o pidiendo microcréditos para pagarse el coste de migrar temporalmente a Tailandia. Al final, las malas cosechas, de arroz fundamentalmente, se repiten y el retorno es en forma de divisas, no de personas.

El recorrido acaba en Kenia, noticia cada día más frecuente por la continuidad de las sequías o las inundaciones. Desde tiempos remotos ha habido pastoreo nómada en Kenia, pero es que ahora están aumentando los desplazamientos y los pastores no tienen donde ir. En algunos lugares, proyectos de protección de la fauna salvaje les afectan y lugares a los que iban, como el Condado de Isolo, ya no tiene capacidad para acogerles. Allí, la sequía y las lluvias impredecibles han afectado negativamente a las cosechas y han aumentado la mortalidad de las reses. Los conflictos por los recursos son continuos y a más violencia, más inseguridad alimentaria. Muchos son los que se quejan de que su Gobierno no esté implementando medidas para paliar los impactos del cambio climático y en las encuestas aseguran que migrarían fuera si pudieran para aprender técnicas con las que adaptarse a las nuevas circunstancias.

El informe ¿Más allá del pánico? incluye recomendaciones a nivel internacional, nacional y local en torno a migraciones que, indudablemente, están afectadas por el clima, pero no solamente. Una de ellas es mejorar las rutas migratorias y el derecho a la movilidad de las personas (recordemos en España tenemos casi medio millón de personas migrantes sin regularizar), pero también hay que mejorar y compartir las tecnologías de adaptación a nuevo clima. Es evidente que los Estados que más han contribuido a estas situaciones, tienen que asumir su responsabilidad, pero no sólo por el haber trastocado la vida en toda la Tierra en apenas unas décadas, sino porque esa acción humana ha sido acompañada de otras igualmente perniciosas, como es modificar el curso de los ríos, destruir los bosques para monocultivos, contaminar los flujos de agua, cavar minas y generar cuantiosos beneficios a unos pocos. Más allá del pánico está el buscar soluciones y haberlas las hay.

Fuente

Diseño web :: ticmedia.es