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Las trabajadoras inmigrantes son las grandes perdedoras de la crisis

La crisis de la covid se ha cebado especialmente con las trabajadoras inmigrantes. El tsunami económico les ha impactado con gran dureza y desde el primer momento. “En un mercado de trabajo bulímico como el nuestro, los principales afectados son los colectivos más precarios”, explica Florentino Felgueroso, investigador de Fedea. “Esta crisis tendrá varias etapas. Habrá qué ver qué pasará cuando se retiren los ERTE, cuando se controle mínimamente los contagios... Sin embargo, para las extranjeras, el shock económico las afectó desde un primer momento y la tasa de paro no ha dejado de crecer con fuerza desde entonces”. En la Gran Recesión, entre los damnificados destacaron los hombres inmigrantes que trabajaban en la construcción. Ahora les toca a ellas, en su mayoría en puestos casi invisibles dentro del omnipresente sector servicios.

El zarpazo de la covid a las trabajadoras inmigrantes tiene su reflejo en las cifras de la Encuesta de Población Activa (EPA). El 2020 terminó con una tasa de paro para las extranjeras y trabajadoras con doble nacionalidad del 29,4%. Prácticamente ocho puntos más que en el cuarto trimestre del 2019, cuando nadie imaginaba una pandemia mundial. El último dato de desempleo de la EPA entre las inmigrantes casi dobla el de las trabajadores autóctonas. Estas acabaron el año con una tasa de paro del 15,7%, frente al 14,3% de finales del 2019 , menos de un punto porcentual de diferencia.

Abriendo el foco para calibrar el grado de infrautilización de la fuerza de trabajo, las desempleadas junto a quienes trabajan menos horas de las que desearían y las desanimadas –inactivas que desean tener empleo pero no lo buscan– suponía a finales del 2020 prácticamente la mitad del colectivo de trabajadoras inmigrantes (el 47,5%). Eso supone una brecha de casi 20 puntos con respecto a sus homólogas autóctonas, según recoge un informe del think tank Fedea.

Diversos factores explican su vulnerabilidad. “Son las que arrastran el doble handicap laboral de ser mujeres y extranjeras”, apunta Felgueroso. Además las inmigrantes están sobrerrepresentadas en ocupaciones y sectores con menor probabilidad de teletrabajo, tienen tasas más elevadas de temporalidad y de parcialidad involuntaria (muchos de estos puestos se evaporaron en los primeros compases de la crisis), por no hablar de la reducción drástica de nuevas ofertas laborales. Felgueroso advierte también que, como ya ocurrió en la Gran Recesión, después de una crisis cuesta años recuperar el nivel anterior. “En la última, no lo logramos hasta hace un par de años”, explica. “Y seguimos necesitando cohortes grandes para cubrir nuestro déficit demográfico”.

Cuando se le pide a Ana (nombre ficticio a petición de la entrevistada) que resuma cómo ha cambiado su trabajo con la pandemia, ella lo resume en un par de frases: “He pasado de tener un contrato de ocho horas diarias a uno de dos horas. De cobrar unos 900 euros, a 200”.

Hasta principios del 2020, esta boliviana madre de una niña, compaginaba llevar un bar en Madrid con trabajar a tiempo completo para una contrata dedicada a la limpieza. Poco antes del confinamiento de marzo Ana ya había decidido dejar de regentar el bar que abrió en el 2008, para pasar una temporada en su país de origen. Pero todo se trastocó con la covid . Se cerraron las fronteras. “La situación sanitaria en Bolivia tampoco es buena”, dice. La tienda de ropa donde limpiaba tuvo que bajar la persiana por las restricciones y se convirtió junto al resto de sus compañeras en una de los millones de trabajadores acogidos a un expediente de regulación temporal de empleo (ERTE). “Estuve tres meses sin hacer nada, esperando. Y, después, la tienda cerró definitivamente”, señala.

Al final, con la desescalada y la suavización de parte de las limitaciones a la movilidad y la actividad económica , su empresa la recolocó. Desde entonces se encarga de limpiar una planta de oficinas en el centro de Madrid. Un trabajo solo de 16:00 a 18:00 horas.

Ana confiesa que necesita imperiosamente trabajar más horas al día mientras se aferra a la escasa ocupación por unas horas con la que cuenta. “No me quiero ir al paro, prefiero trabajar aunque sea poco”, asegura con rotundidad esta mujer que lleva 15 años residiendo en España. “De momento, voy tirando con los ahorros”.

Pero buscar trabajo no es fácil, admite Ana resignadamente. No solo las ofertas brillan por su ausencia sino que sigue pesando el miedo al contagio. “Me preocupa enfermar. Tengo miedo a ir a entrevistas de trabajo... Si pillo la covid, ¿quién cuidará de mi hija?”.

Irina Rus, de 47 años y nacionalidad rumana, confiesa que, a pesar de todo, ha tenido suerte. Sólo pocos días antes de la declaración del estado de alarma recibió la baja por los problemas pulmonares que sufre.

En ese momento, trabajaba en una residencia de mayores de Madrid, una de las muchas que en la primavera del año pasado quedaron arrasadas por la covid. Tenía un contrato a tiempo completo. “Eso sí, al final trabajaba hasta 14 horas al día”.

Rus, que llegó hace más de 20 años en España, no volvió a incorporarse al trabajo. “Primero entré en un ERTE, porque al final quedaron pocos residentes y, cuando me llamaron para reincorporarme, lo rechacé porque soy persona de riesgo”. explica, después de mostrar su espanto por la falta de seguridad y la sobrecarga vivida en los primeros compases de la pandemia para el personal de las residencias.

Ahora, reconoce que tiene que hacer equilibrios para combinar sus múltiples trabajos y pagar las facturas. Como en otras muchas ocasiones, comenta con resignación. “Mañana saldré de casa temprano y no volveré hasta las 9 de la noche. Y al día siguiente, también”, explica.

De momento, trabaja como monitora del comedor en un colegio un par de horas al día (“está muy bien pagado”, dice), con un contrato de sustitución que se le acaba el 25 de marzo. “Después, no sé...”.

A lo que hay que añadir las horas que dedica a limpiar de lunes a viernes la casa de una familia.

Así mismo, ha logrado mantener su trabajo esporádico como intérprete en los juzgados de la Comunidad de Madrid. Habla rumano, inglés, francés, italiano y holandés. “Me llaman y, si lo puedo encajar, con los otros trabajos, voy”.

En tiempos de pandemia, las condiciones de trabajo son complicadas. “Se pasa mal cuando hay que bajar a los calabozos de los juzgados para hablar con los detenidos. Hay mucha gente junta, sería mucho mejor que todos los encuentros tuvieran lugar en salas bien ventiladas”.

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