En el autobús que los llevó de Madrid a Gijón, a la vista de una gran masa de agua que Tahir no pudo identificar pero que probablemente sería el embalse de Barrios de Luna, le preguntaron: «Papá, ¿esto es el mar?». «No, no. Os dije que el mar era mucha agua». El expolicía afgano que hace cinco años escapó de su país ante la amenaza de los talibanes y ahora ha conseguido ver cumplido su sueño de reunir a toda la familia en Gijón, había hablado varias veces a su mujer, Amina, y a sus siete hijos -con edades comprendidas entre los 7 y los 20 años- de la inmensidad de un mar que ni siquiera eran capaces a imaginar.
«Todo es nuevo para ellos», explica Tahir. Nunca antes habían salido de su pueblo, situado a algo más de cien kilómetros de Kabul. A la capital afgana viajaron por primera vez el pasado agosto cuando trataron a la desesperada de alcanzar alguno de los últimos vuelos de evacuación dispuestos por los gobiernos español y americano. De su país consiguieron salir a pie, atravesando la frontera con Pakistán, el pasado febrero. «Fue muy complicado todo», reconocía el propio Tahir recordando cada paso dado desde agosto hasta que sus caminos se reencontraron nuevamente a principios de este año y juntos pudieron llegar a Madrid, donde han pasado los tres últimos meses en un albergue para refugiados. Por eso ayer, nada más llegar a Gijón, con cuatro maletas y unas cuantas mochilas, cansados pero exultantes de felicidad por conocer el que será su nuevo hogar, Tahir estaba decidido a cumplir su promesa de enseñarles el mar. Lo hizo por la tarde. Y en el rostro de todos se dibujó una gran emoción.
En la estación les esperaban dos voluntarias de la ONG Accem, que se ocupa de proporcionarles un primer alojamiento, y varios de los amigos que Tahir hizo en los últimos años y que se han volcado en ayudarle. «Estoy muy feliz. Es agradable ver que no estoy solo aquí, que hay mucha gente detrás», decía agradecido por todos los apoyos recibidos.
No ocultaba su satisfacción al ver la cara de felicidad de sus cuatro hijos pequeños en un parque cercano. «Estoy seguro de que aquí tendrán un futuro en paz». Una vida «tranquila, sin guerra ni problemas». Nada a lo que no aspire ningún padre: «Un futuro muy bueno para los niños», que durante su estancia en Madrid ya han aprendido algunas palabras en español.
Ahora empieza un nuevo capítulo de su historia. A más de 8.000 kilómetros de su pueblo natal, pero en un lugar que ya consideran su «casa». En unos días, siempre con el respaldo de su red de amigos, iniciarán la búsqueda de una vivienda y de un empleo para Tahir, «un trabajador excepcional, sobre todo en temas del campo», asegura Manuel García -miembro del grupo de apoyo- quien facilita su número (699.71 53.55) «por si hay alguien que quiera alquilarle o cederle una casa para los nueve».